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jueves, 7 de febrero de 2013

Dos Cuentos

En el pasado otoño asistí a unos cuentacuentos algo especiales. Después de narrar las historias en cuestión, nos ofrecían una frase y nos alentaban a escribir un micro relato en pocos minutos en torno a dicha frase. Bonito ejercicio, que me ha hecho ver que soy capaz de escribir, no sé si bien o mal, pero en fin escribir.
He aquí los dos micro relatos que escribí:

Miércoles, 17 de octubre de 2012
En los DIABLOS AZULES Goizeder Lamariano presenta su libro de cuentos Cuentos pacientes. Los presentes son animados a escribir un relato breve a partir de una frase que propone la autora extraída de su libro: “Pero a quién se le ocurre grabarme mientras le estaba comiendo la polla”.

Vagaba por el largo pasillo desierto, como todas las noches desde un tiempo inmemorial, condenada a oir los pensamientos de los habitantes de la casa. Había escuchado de todo, desde lamentos hasta sonrisas de almas recién nacidas.
Cansada, andaba por las diferentes habitaciones intentando olvidar las palabras y escuchar los silencios.
Poco a poco se fue acercando a una habitación que desprendía una luz rosada e invadida por jadeos. Al entrar oyó un pensamiento escandaloso que le hizo sonreir y olvidar por un momento su pesar. Una chica enfadada, pero a gustito, gritaba en silencio: “Pero a quién se le ocurre grabarme mientras le estaba comiendo la polla.”

Miércoles, 31 de octubre de 2012
En los DIABLOS AZULES se celebra la noche de Halloween con la lectura de un cuento largo sobre una leyenda urbana de carretera. Esta vez la frase para escribir un relato es: “la noche en la carretera”.

Volvíamos a casa después de una larga visita a la ciudad de Ávila. Nunca había visto nada igual: un mar de nieblas a medio metro del suelo que borraba la silueta de la carretera.
Aquella misma tarde nos contaron una inquietante historia que acaecía por los solitarios páramos que rodean a la ciudad. La protagonista era la niebla que surgía cada noviembre y que ignotizaba con su serena danza a quien la contemplaba.
Y allí estábamos nosotros, observando la niebla en plena noche en la carretera. El conductor, a pesar del gran esfuerzo que hacía para seguir el camino, adentró el coche en el páramo. El pánico nos invadió y decidimos parar hasta que la niebla se disipara.
El tiempo pasaba lentamente, la niebla comenzó su ignótica danza. Las luces y susurros no tardaron en aparecer. Al principio eran incompresibles, pero poco a poco nos seducían para que les siguiéramos.
Salimos del coche y nos adentramos en el páramo, en una oscuridad blanquecina. Y ahí seguimos, perdidos en la inmensidad blanca, sin poder encontrar el camino de regreso.

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